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Los mayores Estados industrializados del mundo
no han avanzado mucho en sus esfuerzos por dar solución a este
problema. Estos días, en Suiza, en el marco del Foro Internacional de
Luxemburgo para la prevención de la hecatombe nuclear, se sostienen
acalorados debates sobre las amenazas reales y ficticias en este ámbito.
Algunos
expertos están seguros de que sí es posible controlar la proliferación
de las armas de destrucción masiva. Por ejemplo, instituyendo un centro
de información en asociación con el Organismo Internacional de Energía
Atómica (OIEA) que recopile datos proporcionados por los servicios de
inteligencia e institutos científicos de los mayores países. Durante
muchos años, el OIEA se empeña infructuosamente en influir en los
Estados, por unas u otras razones interesados en desarrollar su propia
arma nuclear.
Mientras, el tradicional quinteto nuclear,
integrado por la URSS, EEUU, Gran Bretaña, Francia y China, hace tiempo
que pasó a la historia. A día de hoy, han anunciado la posesión del
arma nuclear India, Pakistán y Corea del Norte. Se supone que también
dispone de esta arma Israel, rodeado de enemigos.
La
intención de hacerse con el arma nuclear se la atribuyen a Brasil,
Turquía y Egipto. Y eso sin hablar de Irán, principal dolor de cabeza
para los “valedores de la paz” estadounidenses y europeos, o sea,
aquellos que lanzan operaciones contra las autoridades legítimas de
Estados soberanos.
En esta relación, ¿sería justificado dramatizar la ampliación del “club nuclear”? El director de la revista Atomnaya strategia (Estrategia atómica), Oleg Dvoinikov, enfoca el problema desde una óptica nueva:
–Dando
por descontado que el arma nuclear es un instrumento de disuasión y
asegura una paz duradera, se impone la conclusión de que no es tan mala.
Reflexionemos: ¿si Iraq, Siria y Serbia hubieran tenido armas
nucleares, habría arremetido alguien contra estos países?
Ello
no obstante, es dudoso que acepten este enfoque los miembros del
Consejo de Seguridad de la ONU y expertos del OIEA. Pero sus
declaraciones no van más allá de buenas intenciones. A pesar del apoyo
que occidente y Rusia prestan al OIEA, este no posee suficientes
atribuciones, palancas políticas e instrumentos técnicos para controlar
los centros de desarrollo de novísimas tecnologías, sanctasanctórum de
los Estados soberanos que, hablando en rigor, están en el derecho de no
revelar sus secretos.
El problema del derecho a poseer
un arma nuclear propia reviste en buena medida un carácter evaluativo.
Es que los así llamados países civilizados, que se oponen a la
ampliación del “club nuclear” y tildan de gamberros a algunos Estados,
en reiteradas ocasiones actuaron como agresores.
Por lo
tanto, crece incesantemente el número de países deseosos de poseer su
propia arma nuclear. Es un proceso objetivo. Necesitan el arma mortífera
como garantía en un contexto de agravamiento de la tirantez y de los
problemas económicos globales. Otra cosa es que un bajo nivel
tecnológico, la inestabilidad política y la posibilidad de que el arma
nuclear caiga en manos de terroristas en estos países, entraña
gravísimos problemas para el mundo.
El experto ruso
Vladímir Dvorkin acota que, hoy por hoy, veintidós Estados rehúsan
ratificar los protocolos que estipulan la no proliferación del arma
nuclear, lo que evidencia no solo sus planes de largo alcance, sino
también, tal vez, los enérgicos esfuerzos por desarrollar el arma
nuclear. ¿Podrá invertir la situación la institución de un organismo
nuevo, paralelo al OIEA? Vladímir Avérchev, miembro del Consejo para la
Política Exterior y de Defensa, no experimenta demasiado optimismo con
este planteamiento:
–Lo
más probable es que se implementen los programas de intercambio de
datos entre los servicios secretos de los países que poseen el arma
nuclear. De esto no se ha informado a nivel oficial. No creo que la
institución de un centro internacional que recopile toda la información,
incluida la proporcionada por los servicios de inteligencia, sea un
proyecto exitoso. El OIEA ya cumple las funciones de tal centro.
Mientras, los datos de los servicios secretos es un ámbito sumamente
delicado, en que la calidad y plenitud de la información facilitada
depende directamente del grado de confianza entre los respectivos
servicios y, consiguientemente, es una cuestión de cooperación política.
De
todas formas, los analistas europeos confían en idear mecanismos que
permitan detectar, en la etapa temprana, los indicios de desarrollo de
tecnologías nucleares por los Estados que no deberían poseerlas. Pero,
acto seguido, se plantea este interrogante: ¿Qué hacer si los países
sospechosos ya se han acercado al punto de inflexión? En tal caso, los
políticos occidentales a menudo se expresan a favor de adoptar medidas
preventivas, por regla general, de carácter militar. Pero, ¿no causarán
estas medidas tragedias de proporciones aún mayores? Al parecer, es un
dilema insoluble.
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